3 de octubre de 2009

Experiencia anfibia


El solo ver cómo agitaba esa lenguita tenebrosa me acobardaba.

El solo ver ese movimiento sinuoso en el cuello de su despreocupado dueño me hacía retroceder, me enmudecía, me trasladaba a los documentales de la National Geographic y sostenía con mayor certeza que ni loco la tocaría.

Me convertía en el hazmereír. Niñas pequeñitas, sin miedo, desfilaban como si se tratara del "programa del vaso de leche" palpando esa piel verde escamosa, contraida quizá por la tensión, esperando que sus no muy convencidos padres, gasten 1 sol, para posar con el aparentemente manso animal.

Pasaban los minutos y el público mirón más me incitaba a despojarme de mi "momento sensible" y de una vez por todas, vencer el famoso miedo, que tanto se molestaron enseñarme en mis cursos de oratoria.

Recordando algunas técnicas de respiración y otras estupideces que nunca me han funcionado, fui invadiendo el espacio de "Charito" o "Mercedes", si es que así dijo que se llamaba la boa, tomando confianza con ella, distrayendo mi mirada de su lengua escarapelada y tomando valor, que era lo que necesitaba sobre todas las cosas.

"YA", le dije, póngala de una vez. "NO, NO, NO, un ratito", me mariconié una vez más.

Cuando por fin me decidí, ya no había público, solo mi fotógrafo personal y el paciencioso dueño, que en una acción rápida, colocó ese cuerpo suave-duro, sobre mi delgada clavícula.

La verdad, prefiero comerme un plato inmenso de garbanzos que volver a repetir ese momento.
Prefiero hacer la tarea del profesor de matématica de mis épocas de colegio, que cargar esa pesada víbora, que se astringía más con el paso de los segundos.

De todos modos una anfibia experiencia para mi recargado álbum de fotos.

No hay comentarios: