1 de agosto de 2012

Puerto Éten


Casi fin de julio, a vísperas de los 191 años de la Independencia peruana, llegó mi penúltimo día de descanso y de nuestro planeado rico cevichito.

Camino a  "Puerto Pizarro", un rinconcito entre 7 de enero y Leoncio Prado, en el centro de Chiclayo, elucubrábamos sobre la que sería nuestra ruta para aprovechar ese día lindo y caluroso, luego de hallar ese "huarique" que visitábamos por primera vez y que se hacía esquivo a nuestro ojos.

Luego de pasar y repasar, cerca al letrero lúgubre que enunciaba "Conchas Negras" y con ayuda de una doña, de un negocio de la cuadra, entramos a lo que lucía como esos barcitos nocturnos, de mesas de plástico y asientos de madera, de paredes fosforescentes y luces tenues.

Pero el lugar no reflejaba el ceviche que ofrecían. Ni en calidad ni en cantidad.

Una exquisita fuente mediana de ceviche de tollo a 15.00 Nuevos Soles. La verdad super rica que no merece más detalles.

Luego de terminar nuestra respectiva Coca Cola heladita, la emprendimos camino al paradero de los colectivos a Eten. A pie bajo el sol.

Llegamos cerca a Macro. Allí llamaban a S/.2.40 a Éten; caro para lo común de las combis en Chiclayo, lo que me hizo suponer que estaba alguito alejado.

25 minutos desde el centro, aproximamente. Llegamos a Ciudad  Éten. Nos habíamos pasado. El muelle estaba más atrás, por lo que una mototaxi, algo explotadora creo yo, nos cobró 5 soles para dejarnos en el mismo puerto, que estaba a no más de 5 minutos.

Era un descampado el camino. Un entre cerros, literalmente. Un entre miedos, porque temíamos que de entre por ahí aparezcan malhechores y termináramos "cuadrados", ya que los mitos urbanos, siempre hablan mal de los puertos y sus gentes.


Felizmente llegamos, y llegamos felizmente bien. Es un puerto parecido al de Pimentel, con ese camino largo de madera y columnas de madera que se extiende mar adentro, pero con el atractivo especial de los bloques  cual cerros de arena en la orilla, que me hacían recordar a la Grecia que aún no conozco. 


El mar, pese a ser casi igual al de Pimentel, me gustaba más, no sé por qué. Quizá porque estábamos solo los dos.

Pero esta visita, casi dominical, se convirtió en cuasi biológica, cuando del puerto de madera bajamos hacia la orilla y empezó la marcha de malaguas muertas. Cantidad de ellas y de todos los tamaños. Siempre escuché de ellas. Mi papá decía que te dejan rojo el miembro en que se te peguen, pero las imaginé más pequeñas y flaquitas. Estas sí me daban miedo.

Decidimos no meternos y volver. Aún había el mito urbano.

Otra vez en Chiclayo, próxima parada... más al norte. Saludos.

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