19 de febrero de 2009

El aeropuerto


Hoy se va él.

Se cumplen tres meses.

Lo había visto solo un par de veces, aunque le prometí que serían más.

Iríamos a la playa, a alguna presentación de Bareto, a comer un rico chifa y si alcanzaba el tiempo, aceptaría acompañarlo con ese grupito de chicas de cuerpos provocadores y miradas distantes.

Quizá fue mucha promesa. Estoy decidido, tengo ya el tiempo. Pero es tarde.

Hoy se va la persona más amable y sincera que hasta ahora me ha aguantado.

Eran las 10:30 de la noche y llegué puntual al aeropuerto.

Me decía yo mismo mientras caminaba, si es que siempre me autosugestiono o es que realmente el ambiente es hostil. No hostil por los colores, por la gente o por algún otro asunto concreto. Es que el ambiente me es hostil. Siento la atmósfera enrarecida.

Caminaba buscándolo, porque el no sabía que iría.

No imaginé que justo a esa hora, el destino me ponga tantos aprietos para hallarlo.

Ya a punto de abandonar mi inspección y retornar a casa, el olor de los ricos sandwiches me llevaron hacia el food court.

Buscaba un medio peladito, de cuello pronunciado y delgado. Buscaba y no veía más que buenas rubias que me desviaban el pensamiento.

Lo hallé, estaba ahí con su "cuñado".

Me acerqué, lo saludé.

Era ya medianoche. Se iba mi primo. Quedaba sola, ella, entre lágrimas, su enamorada peruanísima.
¿Sientes lo mismo que yo, le pregunté, ese ambien extraño, cuando vienes al aeropuerto?

Sí, todos los sentimos, respondió.

Feliz. Concluí que todas las lágrimas han convertido al Jorge Chávez en un camposanto de vivos, donde no hay cuerpos enterrados, pero sí miles de lágrimas muertas.

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