28 de julio de 2008

El Apu Rimense


Postrada yace Lima ante uno de los santos más gigantes del mundo.


Protector de la capital peruana, y milagroso desde hace 472 años. Pocos lo conocen con exactitud.

Aunque muchos han oído hablar de él.


Ricardo Palma lo tituló como “Un Cerro que tiene historia” en una de sus 453 Tradiciones, y Francisco Pizarro lo bautizó con el nombre de “San Cristóbal” en 1535, por su devoción a tal santo.


Y es que este cerro aislado, está ubicado a 400 metros sobre el nivel mar y en su cumbre se erige una enorme cruz de hierro y cemento.


Sin embargo, el empinado camino que separa a la población urbana, del mirador más alto de Lima, no es impedimento para fieles y curiosos, de llegar hasta tal punto y deleitarse con el sabor del cielo y el clásico desorden limeño.


¿Pero cómo llegar a la cúspide del santo?


Son casi las 11 de la mañana, de un jueves como cualquier otro en la colonial Plaza Mayor (Lima- Perú, para mis amigos bloggeros de otros países). Es la primera vez que llego hasta aquí, y detenidamente observo el movimiento de policías, turistas y público en general.


Alguna vez caminando cerca de la nueva casa de Alan García, escuché: “A cinco soles, a cinco soles, San Cristóbal”. Y no es que estaban rematando al añejo beato, sino era algún tipo de “oferta” turística. Es que cuando uno anda a prisa, tiene los sentidos sueltos; los ojos miran a la nada, y los oídos se pierden entre la multitud.


Me arrepentí de no haber atendido a tal llamado, es que tantas cosas se oye en el centro de Lima, y pocas valen, o casi ninguna puede ser usada correctamente.


Me encontraba frente al legendario Club de la Unión, donde el “Caballero de los Mares” y el “Brujo de los Andes”, alguna vez se dieron cita, quizá en alguna mañana tan soleada como esta.


Deseaba que alguien me volviera gritar tan cerca, “a cinco soles”, no me importaba que dijeran “a diez”. Pero nadie siquiera pasaba por allí, en leve esperanza para mi desconcertada visita.


Cerca de las 11:40, creí que era tiempo de volver derrotado a casa. Tal vez es muy temprano, se me ocurrió.


Dirigiéndome hacia el paradero, un incesante llamado hacía despertar mi ilusión. Caminé raudo hacia tal vociferación. Era una couster, esos carros más grandes que una combi, pero de menor tamaño que un ómnibus y ofrecía el recorrido hacia la cima a cinco soles, sin embargo, aclaró, con un tono poco sincero, que hoy no disponía del paquete completo, imagino que hablaba de visitar otros sitios adicionales, lo que poco me importaba.


Emprendimos el ascenso, conté rápidamente 11 personas, sumadas el chofer y el cobrador. En 15 minutos ya estábamos en la cumbre de San Cristóbal. Una vista impresionante, es la que se tiene de Lima, quizá la foto más bella o la pintura mejor retratada, puede ser obtenida desde tan estratégico punto. Quizá conocer Lima, no es sino, ir al San Cristóbal, y percibir más Lima que el mismo cielo.


Es que Lima es tan bella, y su historia tan épica, que San Cristóbal, es uno de los pocos historiadores sobrevivientes con la magia para exaltar la exquisitez de la capital, el día que San Cristóbal, descanse en paz, Lima posiblemente perderá mucha de su historia.

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